Estos son los caminos que recorremos con la cabeza gacha, el rabo entre las piernas, la expresión amarga de la tristeza en el rostro y la mueca de la derrota.
Los conozco desde que era niño, cuando perdía todos los cromos con mis amigos, o cuando perdía algunas canicas en la emoción de una carrera.
Bajé la cabeza como si me condenara a mirar sólo a mis pies, y apreté los puños en los bolsillos.
Casi siempre he reducido la velocidad y he tomado el camino largo a casa. Quizás también quería darme tiempo para hacer el duelo. Al fin y al cabo, había salido por la mañana confiado en hacer negocio, y ahora volvía derrotado por la aleatoriedad de los números de las pegatinas, que decidían el destino de la alegría o el dolor de todos nosotros; o por una carrera de velocidad que casi siempre terminaba con un gran sudor y sin ganador, pero con mucho perdido mientras tanto.