Y precisamente los que todavía estamos lejos de la amistad que Dios busca en nosotros, necesitamos comprobar –porque nos estimulará mucho– que los que están en los altares no son de cera ni de plástico, sino, como todos los mortales, de carne y hueso, sufren dolores y tienen sus agobios; son personas corrientes que tienen que tomar pastillas o duermen mal o necesitan que se les zarandee, de cuando en cuando, porque pueden distraerse en la oración.