Para nosotros la oración, si hay oración, no suele ir más allá de unas cuantas palabras dichas deprisa. Pero si alguna vez, deliberadamente, nos sentamos con espíritu pacificado y observamos tranquilamente lo que vemos, lo que escuchamos y, además, si intentamos penetrar en la realidad honda a través de los otros tres sentidos —palpando, oliendo e incluso gustando—, tendremos cinco ventanas abiertas para descubrir a Alguien que se esconde detrás de todo. Orar con los sentidos no es sino consecuencia de los atributos divinos de Infinitud y Omnipresencia. Orar con los sentidos es ejercicio de contemplación.