Este libro presenta a todo cristiano, de hecho o de deseo, como una iniciación en la verdad y en la vida cristiana, que son inseparables. Los que no sientan agrado por ciertas preparaciones elementales, más o menos filosóficas, podrán saltar inmediatamente al tercer capítulo: el descubrimiento de la Palabra Divina. ¿No dice, acaso, Santo Tomás -el más filósofo de los teólogos- que un hombre puede perfectamente adherirse a la fe por la sola consideración de la sublimidad de la verdad cristiana? No obstante, el cristiano, como tal, ha de ser un hombre completo. La asimilación de la fe le impulsará, por tanto, a volver sobre los preámbulos de la fe, sobre lo que prepara el arraigo de la misma en la inteligencia. Así, pues, este libro no se ha escrito tanto para ser leído cuanto para ser releído. Para que nos asimilemos perfectamente las verdades de Dios, hemos de sentir su atractivo. Y esto, sobre todo, exige más que la lectura de este libro y de todos los libros que el mundo pudiera contener...
