Un estudio del ser humano no debe conformarse con investigar los elementos comunes a todos, sino adentrarse en lo más radical de nosotros mismos: la intimidad de la persona, el quién que cada uno somos. Ese conocimiento de la verdad íntima de cada quien, lejos de la soledad amenazante, se abre en libertad y esperanza, al futuro trascendente. La persona es radicalmente apertura a Dios y a las demás personas.