Cuando alguien le preguntaba a Juan Pablo II cuál era, de todos los problemas de la humanidad, el que más le preocupaba, solía responder: «Pensar en los hombres que aún no conocen a Cristo, que no han descubierto la gran verdad del amor de Dios. Ver una humanidad que se aleja del Señor, que quiere crecer al margen de Dios o incluso negando su existencia. Una humanidad sin Padre, y, por tanto, sin amor, huérfana y desorientada».