El nombre de Cirilo de Jerusalén evoca enseguida la pequeña geografía donde Dios quiso salir al encuentro del hombre, revestido de nuestra carne, y realizar los grandes misterios de su amor. Como él mismo afirma con cierta patriotería, «el honor de todas las cosas buenas le corresponde a Jerusalén»; entre ellas, «los misterios de la Nueva Alianza que se celebran en el altar, y tuvieron comienzo aquí; entre nosotros se encuentran todos los privilegios»; lo que ha hecho acreedor, al país, del sobrenombre de «tierra santa», y a Jerusalén, de «ciudad santa».