Jesucristo es la figura capital de la historia universal. Él ha cambiado la faz del mundo, no sólo del espiritual y religioso, sino también del cultural, moral, político. Él ha ido suscitando, de generación en generación, santos que constituyen el honor de nuestra civilización, porque la experiencia de Dios los ha hecho expertos en humanidad, pobres y siervos de los pobres: desde Francisco de Asís a san Vicente de Paúl (a quien honró incluso la Revolución francesa) y a la madre Teresa, sin hablar de los místicos, en quienes encontraba Bergson la mejor prueba de la existencia de Dios.