Suele decirse con razón que toda religión descansa sobre la autoridad, la tradición y la experiencia. Se afirma también con no menos énfasis que el centro de gravedad en la religión se ha deslizado durante los últimos tiempos hacia las experiencias y vivencias del sujeto.
La atención cultural moderna se ha desplazado en efecto hacia la experiencia humana, que se ha convertido en categoría crucial para interpretar, y a veces crear la realidad en alguna medida. La experiencia se ha alzado con la tarea de configurar el mundo. Otras instancias interpretativas y configuradoras de lo real parecen ocupar hoy un segundo plano.