Parece que todos duermen, pero esa mañana todo el mundo está en pie. Hay mucha tensión contenida. Detrás de las ventanas cerradas de las casas, los corazones de la muchedumbre que abarrota Jerusalén laten con fuerza. También los fariseos están inquietos, aunque tienen guardias por toda la ciudad por si acaso.
Y es que los ojos del más de un millón de personas venidas para las fiestas están pendientes de un sepulcro, el de Jesús de Nazaret, ajusticiado el viernes pasado, porque había dicho que resucitaría al tercer día.