Esta vida a campo raso, sin ningún hogar de certeza que le diese amparo y lumbre hasta el desarrollo de nuevos saberes,
constituye la duda académica de San Agustín.
Por otra parte, se interpone aquí el prestigio inmenso y la magia oratoria del gran orador latino y uno de los perfectos estilistas de la literatura latina: Marco Tulio Cicerón.
Como profesor de retórica, Agustín tenía que acogerse al magisterio del orador romano.