Señal clara de esa fama de santidad fue la riada de personas que, antes del sepelio, desfilaron por la capilla ardiente instalada en la iglesia prelaticia de Santa María de la Paz. Gentes de toda condición, entre quienes se encontraban altos dignatarios de la Iglesia y de la sociedad civil, acudieron a rezar ante sus restos mortales con el deseo de encomendarse a su intercesión. Una relevancia especial, debido a la excepcionalidad del hecho, fue la presencia del Santo Padre Juan Pablo II, que acudió acompañado del Secretario de Estado de la Santa Sede y de algunos miembros de la Casa Pontificia.
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