Solamente la fe puede abarcar con firmeza un
misterio tan maravilloso y tan difícil. El hombre natural puede aceptar este
misterio durante un tiempo; puede estar convencido de que lo ha aceptado, pero
no lo ha recibido de verdad: en su interior empieza, más tarde o más temprano,
a rebelarse y a dudar. Esto ha hecho el hombre desde siempre. Ya mientras
todavía vivía el discípulo amado surgieron hombres que afirmaban que nuestro
Señor no tenía un cuerpo verdadero; o que su cuerpo estaba hecho en los cielos;
o que ese cuerpo no podía sufrir y era otro cuerpo el que sufría en su lugar; o
que solamente tuvo durante un cierto tiempo la forma humana con la que nació y
sufrió: asumió esta forma humana en el momento del bautismo, pero la abandonó
antes de ser crucificado; o que fue un simple hombre.
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