Dicen que la suerte es estar en el lugar justo, en el momento justo. Yo soy un hombre de suerte. El 21 de enero de 1998, cuando Juan Pablo II llegó a Cuba, en la tribuna de prensa del aeropuerto de La Habana el corazón me latía fuerte, fuerte, por mi suerte.
Desde dos días antes de llegar el Papa, hasta el día siguiente de marcharse de vuelta a Roma, cubrí la información de su viaje.
Desde el 25 de noviembre de 2016, cuando el mundo supo que había muerto Fidel, los medios de todo tipo parecen insuficientes para difundir tantas y tan opuestas opiniones sobre este hombre singular, que tuvo el raro privilegio de recibir el saludo de un Papa santo, primero, y de sus dos sucesores.
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