La única dificultad —y no pequeña, sin embargo— es la de determinar la parte de responsabilidad achacable a la persecución revolucionaria. El deísmo, la incredulidad y el anticlericalismo no comienzan en 1789 y el siglo XVIII ha sido en
muchos aspectos un siglo anticristiano. Podemos, pues, preguntarnos: ¿fue la Revolución la que apartó a los franceses del cristianismo? ¿Estaban apartados con anterioridad? En este caso, la Revolución no habría hecho más que dar a conocer un divorcio que era ya efectivo, aunque disimulado bajo el ropaje de un conformismo religioso y una práctica rutinaria. Merece la pena plantearse la cuestión.