María Tudor ha sufrido a través de los siglos la acometida de injurias, menosprecios y sarcasmos, muchas veces gratuitos, al compás de la historiografía oficial inglesa, cerrada en prejuicios negativos, rotundos, inapelables. Corriente histórica que sufre un quebranto cuando John Henry Newman comienza a preguntarse por qué en una nación tan inteligente como Inglaterra y en un siglo tan racional como el diecinueve, los católicos eran tan despreciados y hasta odiados.