Rodearon su cuna el brillo y la riqueza; pero muy pronto la muerte arrebató a su padre, Segundo, militar de distinción en las guerras de Siria, y recayó todo el peso de su educación en su madre, Antusa, modelo de piedad y tan cabal señora, que, según dice su hijo hizo un día exclamar con asombro a los maestros: “¡Cielos” ¡Qué mujeres se crían entra los cristianos!” Le procuró por maestro de elocuencia al célebre Libanio, y de filosofía a Andragacio.