La vida que termina suscita preguntas delicadas, en ocasiones dolorosas, que no se conforman con respuestas simplistas. Ponen a prueba nuestro sentido de la solidaridad y nuestro ingenio a la hora de buscar vías y medios para expresar, a través de gestos dignos, la auténtica compasión. En los albores del siglo XXI, la eutanasia se ha impuesto en algunos países como una solución éticamente aceptable para poner fin a situaciones de gran sufrimiento. Uno tras otro, Holanda (2001), Bélgica (2002) y Luxemburgo (2009) han despenalizado esta práctica.