Es un amor que conoce la sexualidad, que es «muy buena/hermosa», como se dice en el Génesis (1,31), es decir, creada por Dios y adaptada al hombre, según el antiguo proverbio tradicional: «corpus est de Deo», «el cuerpo viene de Dios». Pero la sexualidad, en sí misma es ciega, física, animal. El hombre puede intuir en el sexo el eros, es decir, el hechizo de la belleza, la armonía de la criatura. Pero con el eros los dos seres siguen siendo todavía un poco «objetos», externos el uno al otro. Es en la tercera etapa, la del amor, donde explota la comunión plena que ilumina y transfigura la sexualidad y el eros. Y sólo el ser humano puede llegar a esa perfección en la que florece la intimidad, en la que el diálogo es total, en la que la entrega es radical: .«Mi Amado es para mí, y yo soy para mi amado» (Ct 2,16).