El pequeño filósofo abre los brazos despacio, solemne, y sentencia: —Donde el sol se oculta, estalla el cielo. Si de noche lloras por el sol, no verás las estrellas. No es de temer la oscuridad. La luz no desaparece. Se va a los luceros, para cantarnos la inmensidad del universo, en el que reina como Emperatriz la Madre de Dios. «Yo creo en las noches», concluye con Rilke.