Fue un sacerdote irlandés; de esos irlandeses que sienten en su alma la nostalgia del Paraíso y se tienen por errantes en la tierra, camino eterno hacia la propia “casa ”. Aquella noche de febrero, al atravesar de nuevo la Quinta Avenida barrida por el viento, entre la muchedumbre de luces y el trajín de vehículos de todo color, bordeando el Waldorf Astoria rebosante de alegres musiquillas, tuve ganas de entornar los ojos y pensar. Necesidad de evasión, tristeza de lo que pasa, fastidio por el dorado polvo de aquí abajo.