En lenguaje corriente solemos acudir a la casualidad para explicar muchas cosas; desde una óptica de fe no se puede hablar de casualidad sino de providencia. Y San Agustín nos lo afirma una y otra vez cuando en sus Confesiones analiza la trayectoria de su conversión. Y así, en mi caso, no juzgo casual, sino providencial el hecho de haberme encontrado un día, pronto hará dos años, con un grupo de mujeres, cerca de cincuenta, que se reúnen los miércoles en afán de oración, escucha de la palabra y enriquecimiento.