Vivir el año litúrgico se nos presenta como un método para la renovación de la vida cristiana, combinando el trabajo de profundización personal con la dinámica de grupos. Esto no es nuevo, y se inscribe en la serie de intentos —unos más y otros menos acertados—, que han ido surgiendo en los últimos decenios, por dar un nuevo empuje y vitalidad al «ser» y al «vivir» de los fieles y de las comunidades. Lo que me parece digno de mención en esta obra, y lo que le confiere además un sello especial, es el papel central que concede al misterio de Cristo, tal y como se despliega a lo largo del año litúrgico. En este punto, Vivir el año litúrgico recoge las grandes intuiciones del Vaticano II, por lo menos en un doble aspecto.