PHILIPPE JACQUES La felicidad donde no se espera

El mundo de hoy está enfermo de su orgullo, de su avidez insaciable de riqueza y poder, y no puede curarse sino acogiendo este mensaje. Para ser fiel a la misión que le ha confiado Cristo de ser «la sal de la tierra» y «la luz del mundo» (Mt 6, 13-14), la Iglesia debe ser pobre, humilde, mansa, misericordiosa...
Hay una llamada muy fuerte hoy a oír esta enseñanza esencial de Jesús, que quizá no hemos comprendido verdaderamente aún ni puesto en práctica. Cuanto más avanza la Iglesia en su historia, más debe irradiar el espíritu de las Bienaventuranzas, para difundir «el buen olor de Cristo» (2 Co 2, 15). El Espíritu Santo quiere actuar hoy con fuerza en este sentido, hasta trastornar a veces a su Iglesia. Es absolutamente necesario que cada cristiano difunda el perfume del Evangelio, perfume de paz, de dulzura, de alegría y humildad.