Perder la vida, por entregarla con amor a Cristo y a los hermanos, lleva a la alegría, la paz, la fecundidad, la salvación. Guardar la vida, por no darla a Dios y al prójimo, conduce a la tristeza y a la angustia, a la esterilidad y a la perdición.
Al pueblo cristiano se le ofrecen, pues, dos caminos: el verdadero, el del Evangelio, que se recorre con la cruz y que lleva a la vida, y el sendero falso de un falso Evangelio, que intenta eludir la cruz y que lleva a la muerte.
Elegir el camino que se quiere andar es una elección necesaria. Y hoy esta elección se plantea con especial dramatismo, pues de nuevo y más que nunca estamos viviendo el tiempo de los mártires. Por eso, quien prefiera eludir el martirio, quizá lo consiga, pero ha de saber que deja el seguimiento de Cristo y que entra en un camino de perdición. Y quien hoy decide ser cristiano, ha de estar firmemente determinado a ser mártir con Cristo y a llevar cada día su cruz.
Al pueblo cristiano se le ofrecen, pues, dos caminos: el verdadero, el del Evangelio, que se recorre con la cruz y que lleva a la vida, y el sendero falso de un falso Evangelio, que intenta eludir la cruz y que lleva a la muerte.
Elegir el camino que se quiere andar es una elección necesaria. Y hoy esta elección se plantea con especial dramatismo, pues de nuevo y más que nunca estamos viviendo el tiempo de los mártires. Por eso, quien prefiera eludir el martirio, quizá lo consiga, pero ha de saber que deja el seguimiento de Cristo y que entra en un camino de perdición. Y quien hoy decide ser cristiano, ha de estar firmemente determinado a ser mártir con Cristo y a llevar cada día su cruz.