Siguiendo una vieja tradición, los eclesiásticos en general no acogen una aparición como una buena noticia, sino como un asunto incómodo. Tal ha sido, a menudo, el caso desde Lourdes a Isla Bouchard, cuyos párrocos se dejaron convencer por los incrédulos con excesiva facilidad. La primera preocupación de los responsables (y es legítima) es buscar el fallo, ocultar, limitar o frenar el insólito fenómeno. En bien del suceso, una acción enérgica a inmediata pone fin al episodio desde su raíz, contando con la obediencia de los videntes. La mayoría de las apariciones se ocultan así antes de que salten a la luz pública.