Todas nuestras instituciones —la familia, la escuela, los sindicatos, el gobierno, las leyes, las costumbres y todo lo demás— brotaron de la idea que tenían del hombre los que las crearon. Si queremos comprenderlas profundamente, debemos penetrar en la idea que expresan del hombre. En la historia humana hay períodos en los que no hay necesidad inmediata y obvia de hacer esta clase de investigación profunda. Cuando las instituciones profundamente arraigadas funcionan normalmente y contribuyen a la felicidad, la gran masa de los hombres puede limitarse a vivir sencillamente con ellas sin plantearse ningún problema. Pero cuando algo no está en regla en alguna institución —de modo que se tenga que considerar la oportunidad de corregirla (y, dado que sí, en qué forma) o si debe suprimirse (y, en tal caso, con qué se ha de sustituir)—, entonces la pregunta acerca de lo que es el hombre resulta no sólo práctica, sino más práctica que ninguna otra.