El lecho de estas aguas está abierto en la pura teología. No hay un palmo de cauce que se salga del Evangelio o del Testamento Antiguo. Sin la Biblia no tendríamos toda la Virgen, ni siquiera la Virgen. Los datos de la revelación están estudiados, meditados y contemplados en tensa vigilia. Nada de su luz se ha evadido o diluido. Pero hasta dominarla y ponerla en los puntos de la pluma, al alcance y al recreo del lector, sin rayos deslumbrantes y sin opacidades oscuras, ha sido necesario que el autor conjugara la serena dignidad del castellano clásico con la expresividad agilísima del lenguaje de hoy.