Al escoger la frase “¡Pueblo mío, sal de Egipto!” como tema, intento subrayar tanto el camino de conversión de un pueblo como el camino de integración del responsable, concretamente del sacerdote, con su pueblo, delante de su pueblo y, sobre todo, en su pueblo. Lo que me ha movido a hacer esta reflexión es mi experiencia actual de pastor. Uno se hace pueblo a través de un proceso gradual, difícil y fatigoso, porque significa morir a sí mismo; significa una ascesis, una purificación, una conversión; uno se convierte así en pueblo, en la voz y la conciencia de un pueblo, en el sufrimiento de un pueblo.
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