El Papa bueno, Juan XXIII, destaca en su vida por su gran bondad con todos. Para él no había distinción de seres humanos por su religión, raza o condición económica. Él los quería a todos y a todos ayudaba. Era amable y agradable de trato. Era una persona de Dios que irradiaba amor y que sentía la necesidad de ayudar, servir y hacer el bien a todo el mundo.
Eso no quiere decir que no tuviera que pasar dificultades. No le faltaron incomprensiones, incluso de sus Superiores eclesiásticos, que a veces lo consideraban demasiado ingenuo, que no veía el mal en los otros; o demasiado comprensivo para aceptar a las personas tal como eran y quererlas así.
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