Agustín buscaba la verdad en los filósofos de su tiempo y buscaba la felicidad en los placeres de la vida, especialmente en el amor carnal. Y no se sentía satisfecho. En su corazón había un vacío profundo que no le dejaba descansar en paz. El no era de los hombres que se contentan con poco. Buscaba la plenitud, buscaba a Dios sin saberlo y, sólo cuando lo encontró, pudo por fin respirar y decir en las Confesiones: Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está insatisfecho hasta que descanse en Ti (Conf. 1, 1).