Todos los vicios tienen una raíz común: el amor desordenado de sí mismo, en oposición al amor del bien y del bien soberano, que es Dios. Semejante raíz tiende a hincarse cada vez más en nuestra voluntad, y de ella nace un árbol malo, cuyo tronco es el egoísmo; su rama central y principal, continuación del tronco, es el orgullo, y las ramas laterales son la concupiscencia de la carne la de los ojos.
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