En el transcurso de la historia se han escrito buenos tratados sobre Jesucristo: estudios de hondura teológica, biografías de su caminar por la tierra, comentarios ascéticos sobre sus hechos y doctrina...; la excelencia de esos trabajos siempre ha de medirse por la ciencia y piedad que guardan, y por el logro del autor de olvidarse de sí y mostrar lo mejor posible la objetiva figura de Nuestro Señor. En este tema —por ser Cristo la Verdad—, cualquier interpretación subjetiva y personalista no acorde con la revelación, provoca un rechazo; porque se descubre que no es de Jesús de quien ahí se habla, sino de la equivocada figura que el autor se ha formado sobre el Señor.
Por el contrario —y éste es el mejor elogio sobreun libro que trate del Señor— estas páginas han sido escritas con humildad: el autor procura desaparecer para que se alce únicamente la figura de Cristo; y así, con sencillez, recuerda la profundidad del misterio del Verbo hecho hombre: la Encamación, la cercanía de su Humanidad, su Corazón amante y generoso, la muerte en la Cruz y la Resurrección, su actuar de Sacerdote eterno, y tantas otras verdades de fe.
Por el contrario —y éste es el mejor elogio sobreun libro que trate del Señor— estas páginas han sido escritas con humildad: el autor procura desaparecer para que se alce únicamente la figura de Cristo; y así, con sencillez, recuerda la profundidad del misterio del Verbo hecho hombre: la Encamación, la cercanía de su Humanidad, su Corazón amante y generoso, la muerte en la Cruz y la Resurrección, su actuar de Sacerdote eterno, y tantas otras verdades de fe.