«¡Mi querido pueblo!, dijo llorando, nuestra gloriosa Madre sube, y nosotros bajamos. ¡Ella muere de amor, y nosotros vivimos de odio!». Repitió muchas veces esta frase, y conmovió de tal modo los corazones, que se apaciguaron las diferencias y volvió la concordia. La gente había comprendido, por la sinceridad de su tono, que hablaba «por impulso divino, sirviendo de órgano al Espíritu Santo».
VIDAL FERNAND-PIERRE En las fuentes de la alegría con San Francisco de Sales
En su visita pastoral de 1606 por el Faucigny, Francisco de Sales tuvo que defender a uno de sus sacerdotes contra los abusos de los grandes terratenientes. Se trataba de «los diezmos y otros derechos» que los señores rurales disputaban al párroco de Samoéns. Las gentes de los contornos se habían puesto unos de parte del párroco y otros del señor del castillo, con lo cual estaba la comarca dividida en dos campos irreconciliables. En la octava de la Asunción, Francisco de Sales predicó en la colegiata, dedicada a la Asunción de la Virgen. Había una multitud considerable.
«¡Mi querido pueblo!, dijo llorando, nuestra gloriosa Madre sube, y nosotros bajamos. ¡Ella muere de amor, y nosotros vivimos de odio!». Repitió muchas veces esta frase, y conmovió de tal modo los corazones, que se apaciguaron las diferencias y volvió la concordia. La gente había comprendido, por la sinceridad de su tono, que hablaba «por impulso divino, sirviendo de órgano al Espíritu Santo».
«¡Mi querido pueblo!, dijo llorando, nuestra gloriosa Madre sube, y nosotros bajamos. ¡Ella muere de amor, y nosotros vivimos de odio!». Repitió muchas veces esta frase, y conmovió de tal modo los corazones, que se apaciguaron las diferencias y volvió la concordia. La gente había comprendido, por la sinceridad de su tono, que hablaba «por impulso divino, sirviendo de órgano al Espíritu Santo».