SCHLATTER ANTONIO Trabajo del hombre, trabajo de Dios

De todos los silencios que ha habido en la Historia del mundo, el silencio de los treinta años de la vida oculta de Jesús ha sido y será el más impresionante y el más elocuente que jamás se pueda imaginar[1]. Ese silencio era el que san Josemaría Escrivá constantemente escuchaba, pegando su oído a los muros de la casa de Nazareth. Era ese el silencio que contemplaba durante sus ratos de oración, asomándose por el ventanuco, sin dejarse ver. Sí, lo escuchaba y lo miraba, porque el silencio de aquella estancia se puede escuchar y mirar… y tocar. Es silencio de taller de carpintero, salpicado de golpes de martillo, de sol que ilumina el polvo y el serrín suspendidos en el aire creando infinidad de brillos y formas; silencio de suelo con virutas y astillas, de miradas cómplices entre un padre y un hijo. Silencio transformado en materia, y materia preñada de trascendencia.