BASTIEN RICHARD, El crepúsculo del materialismo


 Cada uno debe plantearse un día u otro la cuestión: «¿Por qué estoy yo en este bajo mundo?». Un ateo no puede responder a esta pregunta. Ciertamente, su vida no está necesariamente privada de sentido, pero si cree de verdad que Dios no existe, le es imposible creer que su vida tiene objetivamente un sentido —un sentido que existe con independencia de su propia voluntad—. Los grandes intelectuales ateos —Sartre, Camus, Michel Onfray…— están todos de acuerdo: la vida es en sí absurda. Si Dios no existe, nada existe fuera del mundo físico, lo que significa que cada uno de nosotros no es más que un accidente de la naturaleza. Somos el puro producto del azar, no hemos sido queridos por nadie, de modo que no tenemos ninguna razón de ser.