La fe del hogar navarro, el castillo —«que parece que está heredada por sucesión en aquella casa la virtud»—, templada luego en la fragua de Ignacio y en la romanidad, surca los mares y mueve las montañas. Es pregonada, cantada y coreada en naciones y razas ignotas, para derramarse en fuentes bautismales y editar el soberbio, rítmico, Credo de Xavier, trenzando en milagro y profecía el itinerario de la fe.