LEWIS C.S., Si Dios no escuchase


 Casi todo tiene precio. Ni siquiera la belleza, ese delirio a la espera de un corazón que la sienta, es completamente gratis. Para llegar al lugar donde permanece en vela, y al que poquísimos hombres han conseguido acercarse a verla por los demás, debemos pagar un precio de sacrificio y silencio. No es el oro la moneda que nos permite comprarla, sino un metal más precioso, una rara aleación de temblores, soledad, sensibilidad y entrega.
Ese importe gustoso a que asciende la belleza la emparenta con el don. Igual que un sol que se da casi gratuitamente, pues exige solo un cielo sin envolturas de nubes y tiempo desocupado para salir a la calle, la belleza desparrama su inutilidad espléndida a un precio muy rebajado. Pero no es un don completo. Dádiva, don, puro obsequio, solamente la oración