LEWIS C.S., El peso de la gloria

 Después de hacer cuanto está en nuestras manos para llevar a cabo lo que Dios pide ¿no deberíamos al menos disfrutar de lo bueno que recibimos de El? Nuestra inclinación a ser «constantemente solemnes» cuando no existe motivo para ello equivale, no solo a rechazar la felicidad que podríamos obtener en este mundo, sino a poner en peligro nuestra capacidad de gozar de ella en el futuro, cuando cualquier motivo posible de infelicidad se haya desvanecido definitivamente.