FIDALGO JOSÉ, A mí también me llama


 Aquella chica encantadora, al escuchar aquel relato se dio cuenta de que ella sí quería vivir así: era algo que siempre había estado ahí apenas sin percatarse, una promesa en espera, algo que estaba soñando en su corazón, lo que realmente quería en el fondo de su libertad, en fin, el camino por el que Dios la estaba llamando. Cinco meses después ingresaba en un monasterio de carmelitas descalzas. Hoy, después de años, está feliz; cada día más feliz.
Pero esto no es para todos, ¿por qué unos reciben ese tipo de llamadas de Dios?