Para afirmar con la seguridad de Pedro que Jesús es el Hijo de Dios (cfr Mt 16, 16), es necesaria, por encima de las opiniones de los hombres acerca de Él, la ayuda de la gracia: así confesaremos, con la Iglesia, que Jesucristo, en su verdad más íntima, es el Mesías, el Hijo de Dios vivo.