La pregunta por el fin de la vida humana y de todas las cosas, no deja a nadie indiferente. En la Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, del Concilio Vaticano II, se puede leer: «Los hombres esperan de las diversas religiones la respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana, que hoy como ayer conmueven íntimamente su corazón: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido y fin de nuestra vida? ¿Qué es el hien y qué el pecado? ¿Cuál es el origen y el fin del dolor? ¿Cuál es el camino para conseguir la verdadera felicidad?»''. En efecto, «ningún hombre puede eludir las preguntas fundamentales: ¿qué debo hacer?, ¿cómo puedo discernir el bien del mal? La respuesta es posible sólo gracias al esplendor de la verdad que brilla en lo más íntimo del espíritu humano.