La fidelidad, como disposición personal deliberada, lleva a la persona a mantenerse vinculada a un valor, a un bien que considera auténtico y vigente. Conviene advertir, sin embargo, que lo valioso de la fidelidad no es la mera inclinación a permanecer igual. No todas las actitudes que implican continuidad o perseverancia son necesariamente manifestaciones de genuina fidelidad. Dependiendo del objeto —del valor— de que se trate, la constancia en la adhesión a él será valiosa o no. La fidelidad a un error, por ejemplo, sería simple (y dañina) obstinación. La fidelidad a un juicio, a una afirmación o a una postura, por la única razón de que uno ya se ha pronunciado sobre esa cuestión, no sería más que la necia terquedad.