FORTÚN FRANCISCO, El sagrario y el Evangelio

Todos saben que la divina Eucaristía confiere al pueblo cristiano una dignidad incomparable.  Ya que no sólo mientras se ofrece el Sacrificio y se realiza el Sacramento, sino también después, mientras la Eucaristía es conservada en las iglesias y oratorias, Cristo es verdaderamente el Emmanuel, es decir, "Dios con nosotros".  Porque día y noche está en medio de nosotros, habita con nosotros lleno de gracia y de verdad, ordena las costumbres, alimenta las virtudes, consuela a los afligidos, fortalece a los débiles, incita a su imitación a todos los que a Él se acercan, de modo que con su ejemplo aprendan a ser mansos y humildes de corazón, y a buscar no ya las cosas propias, sino las de Dios.  Y así todo el que se vuelve hacia el augusto Sacramento Eucarístico con particular devoción y se esfuerza en amar a su vez con prontitud y generosidad a Cristo que nos ama infinitamente, experimenta y comprende a fondo, no sin gran gozo y aprovechamiento del espíritu, cuán preciosa es la vida escondida con Cristo en Dios y cuánto sirve estar en coloquio con Cristo: nada más dulce, nada más eficaz para recorrer el camino de la santidad.