Su grandeza está por encima de la de todos los santos y ángeles.
Después de María, es el santo más santo, el que más cerca ha estado de la
divinidad. Él ha tocado con sus propias manos al Dios hecho carne y le ha
podido decir de verdad: Tú eres mi hijo.
Todos sus privilegios y toda su dignidad le vienen de ser el esposo de
María, padre de Jesús y, a la vez, de ser el hombre justo y bueno, a quien el
Señor puso al frente de su familia. ¡Cuántas veces jugaría con Jesús, le
enseñaría a trabajar, y sobre todo, le demostraría un amor a toda prueba! José
es el hombre del silencio.