PIEPER JOSEF, Muerte e inmortalidad

No hay absolutamente nada entre el cielo y la tierra que no pueda hacer de chispa que encienda la consideración filosófica. Bastaría una insignificante molécula de materia o un movimiento apenas perceptible que el hombre hace con su mano, para dar motivo a la filosofía. No es preciso ir a la búsqueda de un objeto que se distinga por lo «sublime» o por su aptitud para dar lugar a la abstracción. Tales objetos existen siempre, inevitables, ante la mirada de todos.

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