En cada uno de sus densos ensayos, Josef Pieper, como pensador y como hombre, está tan presente y se revela a sí mismo con tal diafanidad que apenas tendría sentido escribir un libro sobre él. Especialmente me impresiona su admirable epílogo a la obra de C.S. Lewis, Del dolor, precedido del título La sencillez del lenguaje en filosofía. Dice allí Pieper que las distintas ciencias, al prescindir del sentido del ser considerado como un todo, pueden permitirse un lenguaje preciso (o deben contentarse con él), mientras el filósofo, que contempla el «sagrado y patente misterio» (Goethe) del ser en su totalidad y en su sentido propio, ha de dar preferencia a la lengua que crece a partir de la sabiduría del hombre, filósofo sin saberlo.