Tenemos ante nosotros la
posibilidad de escribir una nueva página de la historia del cristianismo. Hasta
ahora no había nada más oscuro para nosotros que el espacio que separa los
primeros comienzos de la Iglesia, descritos en las Epístolas de San Pablo y los Hechos de los Apóstoles, de su desarrollo en el medio griego y latino, en Alejandría, Cartago y
Roma. Este período oscuro empieza a iluminarse. Y lo que se nos revela es
precisamente la importancia que tuvo en ese momento este cristianismo de
estructura semítica, del que no teníamos ni idea, y algunos de cuyos caracteres
se nos dan a conocer mediante el estudio de la simbología judeocristiana.
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