En la vida de Edith Stein el hombre moderno ve reflejado su propio destino, con sus revoluciones ideológicas, con su alejamiento de Dios, su ansia de verdad y amor redentor de Dios.
Ve en ella una persona que ha conllevado sus mismas miserias y que posee una comprensión extraordinariamente fina, maternal y compasiva para con las cosas menudas de la vida cotidiana.
La grandeza intelectual de Edith Stein no le sobrecoge, porque esa grandeza queda muy por detrás de su vida realmente envidiable, totalmente impregnada por el amor a Dios. De este modo, Edith Stein, conocida posteriormente por sor Teresa Benedicta de la Cruz, viene a ser como un faro que orienta al hombre actual hacia lo único real, hacia la única verdad, hacia el único sentido de su existencia, por el que la vida merece vivirse: hacia Dios, que es al mismo tiempo la verdad y el amor.
Dos fueron los discípulos más famosos de Husserl: Heidegger y Edith Stein; y ambos siguieron caminos muy diversos. Ella, entregada a la vida trascendente, se hizo carne con la Iglesia, y murió mártir bajo las botas siniestras de la svástica.
Nunca será recordada, quizás, como filósofa, pero sí venerada en los altares, y querida por millones de personas que poco saben de fenomenología.
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