Nada o casi nada de lo que pueda relatar se sale de lo cotidiano, lo de siempre y en todas partes. Lo que he vivido -y ya son 77 años- se ha desenvuelto en la normalidad; pero un foco de luz poderosa proyectó el Señor en mi alma, como en la de millones de personas, con el bautismo. Allí recibí la condición gloriosa de hijo de Dios, la libertad con que Cristo me liberó (...): quedé comprometido con el compromiso de la fe y del amor, propios de un bautizado.
Todo esto no se dio desde el primer momento, ni de modo inmediato: La conciencia plena de esta realidad transformadora del bautismo no la tuve siempre: se fue insinuando poco a poco y llegó como el rayo de luz sobre el fondo gris de una existencia anodina, desde que conocí a un santo, cuya misión consistió precisamente en enseñar y mover a muchos, ¡a todos!, a conocer la grandeza de la vida ordinaria, el cambio profundo de lo vulgar y corriente en algo realmente grande, por la fuerza de la gracia, por la vivencia de la fe y del amor. Tuve la dicha de conocer y seguir de cerca al Fundador del Opus Dei en 1949 y he vivido la experiencia de participar en su beatificación en 1992 y en su canonización en 2002.
LEER LIBRO